Mi nombre es Dona Marie y soy sobreviviente de un aborto.
Escrito por Dona Marie
Recuerdo haber sido una niña feliz. Tenía placeres simples. Algunos juguetes, algunos dulces, mis amigos, una película VHS de La Novicia Rebelde, mi amado perro y mis padres que me hacían sentir la niña más afortunada de la tierra. Pero una experiencia pronto rompió mi burbuja feliz cuando tenía nueve años. Fue el 16 de enero, se celebraba una gran fiesta en nuestro pequeño pueblo. Era la fiesta del Niño Jesús. Recuerdo haber estado feliz porque no tenía clases ese día, así que pude ver la Novicia Rebelde aunque no era viernes.
También recuerdo haber visto a mi mamá con una expresión sombría. Ella fue arriba a la habitación principal y me dijo que fuera con ella unos minutos después. Lo hice. Entré a la habitación sin tener idea de que mi vida estaba a punto de cambiar. Mi mamá sonrió, pero noté que su sonrisa no estaba en sus ojos. Yo le sonreí de regreso y traté de animarla con un fuerte abrazo. Entonces empezó a llorar.
“¿Qué pasa? Le pregunté.
“Anak (niña) siéntate conmigo en la cama un momento”
Yo le obedecí. Tomó un respiro y mirándome a los ojos comenzó a decir:
“¿Te acuerdas de la historia que te contaba de la hija de una amiga? ¿Una amiga que había adoptado a una bebé que sobrevivió a un aborto y que creció para convertirse en una brillante mujer?”
“¡Ah, esa historia! Sonreí un poco, recordando que la había escuchado algunas veces de mis dos padres. Siempre amé esa historia y admiré a la joven mujer que había sobrevivido al aborto.
Con otro profundo respiro, mi mamá continuó. “Dona, es tu historia. Tú eres esa brillante niña”.
Pensé que no había entendido bien a mi mamá.
“¿Perdón?”, pregunté. Mi voz apenas era un suspiro.
“Dona tu eres la sobreviviente del aborto. Tu madre biológica tuvo un aborto y tú sobreviviste. Y después Dios te envió con nosotros. Y ahora eres una joven mujer”, explicó.
Había un nudo en mi garganta. Perdí la voz. Mi mente estaba tratando de procesar todo esto. Esto significa que no soy hija de mis padres. Esto significa que toda mi vida es una burla…todo es falso. Oh, Dios, ¡Las veces que desobedecí a mis padres! ¡Cómo pude desobedecerlos sin saber cuánto les debía!
Mis pensamientos revoloteaban en mi mente.
“Dona estás bien?” “Por favor tranquilízate. Recuerda que te amamos muchísimo, aunque seas adoptada. Te amamos por igual. Nada cambiará.” Escuché que mi mamá me decíaaunque parecía hablar de lejos porque apenas podía escucharla.
Le pregunté por detalles. Quería saber qué había pasado. Ella dijo que no conocía a mi madre biológica. Pero de acuerdo con la asistente del aborto (no era doctora, se les llamaba “hilot” en las Filipinas), mi madre biológica era una joven mujer con algunas semanas de embarazo. “Quiero tener un aborto” de dijo a la hilot, quien realizaba este trabajo de manera secreta (los abortos son ilegales en las Filipinas).
No se me especificó qué tipo de método de aborto se usó, pero cualquiera que este fuera, mi madre biológica sangró y pensaron que el aborto había sido un éxito. Pero después de un tiempo, mi madre biológica aún sentía los síntomas del embarazo—nausea, vómitos, etc.
Obtuvo una prueba de embarazo y se sorprendió al saber que aún estaba embarazada. Fue de vuelta a la hilot y demandó otro aborto.
Para estas fechas, yo ya tenía 5 meses en el vientre de mi madre biológica. “Si hago el aborto ahora, se verá como un bebé (no un feto). No puedo hacerlo. Hagamos un trato. Espera a dar a luz y lo dejas aquí. Seguro morirá pronto” Eso le dijo la hilot a mi madre biológica y ella accedió.
Nueve meses es un embarazo de término, pero parecía que todo estaba en mi contra desde el comienzo. Nací prematuramente a los siete meses. Pesé sólo 3 libras, y mi cuerpo estaba cubierto de heridas. La hilot parecía tener razón. Parecía que pronto moriría. Pero de nuevo, yo parecía ir en contra de las probabilidades. Como acordó mi madre biológica, me dejó con la hilot. Ella no tenía intención de cuidarme. Sólo estaba esperando a que expirara. Seguro un bebé tan frágil y enfermo no sobreviviría más que unas horas. Pero día tras día, yo seguía viva. Frágil y débil, sobreviví por tres días sin la atención médica que tanto requería. En el tercer día, mis padres adoptivos vinieron a verme.
En aquel tiempo, mis padres habían estado casados por 4 años sin tener hijos. Decidieron adoptar. El hermano de mi abuela materna conocía a un pariente de la hilot. Les dijeron a mis padres que había un bebé abandonado en Manila. Mis padres no perdieron tiempo y me fueron a ver. Sin embargo, cuando mi mamá me vio por primera vez, le dijo a mi papá que no me quería. No la culpo. Si vas a adoptar un bebé normalmente prefieres un bebé sano. Mi mamá incluso estaba asustada de tocarme porque me veía tan frágil que pensó que me rompería. Pero mi papá, tan compasivo, convenció a mi mamá de cargarme sólo por un rato y ver lo que sentía. Sin muchas ganas y con lágrimas en los ojos, cuidadosamente me levantó en la palma de su mano. Puso su dedo en mi pecho y sintió mi corazón. Y yo tomé su dedo. Trató de soltarse, pero sujeté su dedo en mi mano tan fuertemente que no podía liberarse. Mi mamá dice que se maravilló con mi voluntad de vivir. Volteó con mi papá y le dijo: “Es ella, Hay que adoptarla”.
Así me convertí en su hija mayor. Antes de mi primer cumpleaños, mi mamá tenía que llevarme al pediatra cada día para asegurarse de que siguiera viva y bien. Durante una de esas visitas a la clínica, el doctor me examinó y le dijo a mi mamá. “No se preocupe, su bebé es una sobreviviente. Se recuperará de todo esto.”
Y sí sobreviví. Las heridas físicas sanaron. Pero las heridas emocionales no son tan fáciles de sanar. Por dentro estaba luchando. Mi primer mecanismo de defensa fue la negación. Traté de “olvidar” que era adoptada. Traté de creer que mi madre biológica nunca existió. Pero uno sólo puede pretender eso. Por dentro, era una niña asustada—aterrada de ser rechazada. Tenía tanto miedo al rechazo que olvidaba mis necesidades por satisfacer las de otros. Me convertí en alguien que se olvidaba de sí misma para complacer a otros. Especialmente trataba de agradar a mis padres porque sentía que estaba en deuda con ellos por haberme cuidado a pesar de no ser su “verdadera hija”. Incluso desarrollé una relación co-dependiente con mi dominante madre.
Estaba tan asustada de relacionarme con otras personas, que me fue difícil hacer amigos. Tenía miedo al rechazo y prefería estar sola. Sólo tuve una mejor amiga en la preparatoria. Mis otros compañeros pensaban que yo era rara. Traté de sobresalir en la escuela, para compensar por lo que me hacía falta (debía haber algo malo en mí, si mi mamá biológica no me quiso).
Conforme iba creciendo, pensaba que lo iba superando muy bien. Pero en realidad, aún estaba herida y rota (aún lo estoy). Odiaba a mi madre biológica. Recuerdo ensayar lo que le diría cuando la conociera. Le diría que es una mala persona porque quería matarme. Quería demostrarle todo lo que había logrado sin ella. Quería abofetearla, quería lastimarla porque ella me había lastimado a mí.
Pero Dios siempre es bueno y generoso. Él me envió gente y circunstancias que me ayudaron a sanar. Recuerdo haber visto un episodio de EWTN en el que entrevistaban a mujeres que habían tenido abortos. Había una mujer que había tenido un aborto hace 40 años. Estaba llorando y decía que cada día desde que tuvo el aborto, su vida había sido un infierno. El pensamiento de que mató a su propio hijo la torturaba. Ella dijo “El dolor no se va con el tiempo. Conforme pasa el tiempo el dolor se hace más grande hasta que te consume por completo”. El entrevistador le preguntó por qué había tenido un aborto. Ella dijo que era joven e inmadura y había tenido relaciones con su igualmente joven e inmaduro novio. Se embarazó y su novio no quiso saber del bebé y sus padres estaban furiosos porque ella era una “desgracia” para la familia. Ella sintió que no tuvo otra opción más que un aborto.
Después de ver esto, me di cuenta de un hecho importante. Yo no era la única víctima. Mi madre biológica también era víctima de las circunstancias. Debió haber estado en una situación muy difícil para que pensara que un aborto era su única opción. Una mujer normal, con un esposo que la ama y una familia que la apoya no habría optado por un aborto. Sí, tal vez cometió un error. Pero, ¿quién no comete errores? Si tan solo alguien la hubiere escuchado y apoyado y alentado a tenerme, y tal vez, darme en adopción…
Esto fue el comienzo de mi sanación. Finalmente fui capaz de perdonar a mi madre biológica. Y también empecé a hacer las paces conmigo misma. Me di cuenta de que no había nada malo en mí. Mi madre biológica me abortó, no porque había algo malo en mí. Lo hizo por una terrible situación por la que pasaba y porque sintió que no tenía otra opción.
Hoy tengo casi treinta años. Mi sanación no está completa aún. Ni siquiera estoy segura de que llegue a sanar del todo. Pero lo que trato de hacer es usar mi situación para llevar a Dios a los demás. Soy enfermera y maestra. Canto y toco música. Me encanta escribir y hablar en público. Estos son dones de Dios para que pueda inspirar a otros.
Tenía miedo de contar mi historia en público, por temor a ser juzgada; también me preocupaba reabrir mis heridas. Pero si mi historia puede inspirar a otros y educar a algunas personas sobre los horrores del aborto y así salvar la vida de muchos niños no nacidos, entonces estoy dispuesta a contar mi historia. Esta es mi historia. No es un cuento de hadas. Es una historia de supervivencia en contra de uno de los actos más viles que pueden ser realizados a un ser humano; es una historia de perdón y sanación. Pero sobre todo, es la hermosa historia de una mujer que casi pierde su vida por el holocausto silencioso del aborto—y ahora está lista para hablar por los que aún no pueden.
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