“Cuando estaba sin hogar”




Escrito por Rosa Hopkins, , Editora y Bloguera de Life Defenders
Traducido por Ana Correa para Defensores De La Vida

Mientras la espuma de jabón se iba por la coladera, yo me preguntaba si realmente estaba limpia.

El jabón, agente limpiador, no se sentía limpio, ya que me sentía increíblemente sucia por vivir en un refugio para indigentes.
El estigma podía sentirse, ya que incluso los que trabajaban ahí evitaban toda interacción. No me sentía atendida; me sentía juzgada.  La regadera era mi escondite, pero estar húmeda exponía mi corazón a ciertos temores sobre la limpieza que yo no sabía que tenía.

Nunca antes me sentí sucia en un baño 

Necesitaba espacio que era más que sólo separación física de otros.  Necesitaba distancia mental de lo que estaba pasando en mi vida y de lo que yo pensaba que yo era.

Un gran abismo se había abierto y me tragaba entera.  Este sustrato no me aceptaba, ni quería nada que ver conmigo, y cuando tenía que irme al trabajo, los ojos de aquellos en el pórtico de la casa de al lado se sentían como si quemaran cada detalle de mí.

Mi vida, que antes fue en una animada comunidad, ahora estaba remplazada por la etiqueta de “rota”, porque no puedes simplemente estar sin hogar, también eres obviamente una perdedora.

Cuando me quedé sin hogar, fue por falta de apoyo. Apoyo de la comunidad.  Nadie se queda sin hogar en el vacío.

No estoy diciendo que cada caso de indigencia puede prevenirse, pero la mayor parte de las personas sin hogar tienen parientes, y si no, tienen gente que saben que existen.  Yo me encontré a mí misma en un matrimonio que se disolvía y no tenía a donde ir, así que me quedé sin hogar.  Me fui a un albergue.

Lo primero que hicieron fue tomar mi información y hacerme muchas preguntas.  Fue casi como una entrevista, pero se sintió como un interrogatorio, como si trataran de determinar si lo que decía era legítimo.  No puedo decir si este es el caso para todos los “aplicantes”.

Sin querer sonar pretenciosa, era muy obvio que yo era diferente a los otros residentes.  Yo venía de una comunidad decente y era leída y con buena dicción.  También tenía un trabajo de medio tiempo como la Administradora de Proyecto para el país en el que antes vivía.

Tenía un vehículo.

Había estado casada.

Estaba mejor educada.

Ahora me queda claro que cualquiera puede quedarse sin hogar, pero creo que hay ciertos elementos que faltaban en mi vida, que generalmente no se esperaría que faltaran en la vida de alguien con mis antecedentes.

Yo iba a la iglesia antes de quedar sin hogar.  En su defensa, como no era una iglesia que predicaba la salvación y creía en la Biblia, no podía esperar que ellos vivieran el Evangelio.
Sin embargo, había acudido a la iglesia.

Ellos sabían de mi matrimonio roto, pero sólo buscaron arreglar con reglas y regulaciones mi vida.

Esto no ayudó

Cuando sus sugerencias no funcionaron, no pudieron ayudarme materialmente a poner un techo sobre mi cabeza.
Cuando aquellos que conducían la entrevista estuvieron satisfechos de que yo era una aplicante legítima para su asistencia, me dieron algunas cosas.

Pasta de dientes, cepillo dental, algo de shampoo.

Fue triste en verdad.

Yo nunca había considerado estas cosas y ahora me las estaban dando alguien que había pensado en ellas con anticipación.

Cuando me llevaron a mi habitación, tenía tres camas y varios armarios.  Estaba feliz de tener la habitación sólo para mí, porque soy muy tímida.  Tenía un teléfono celular conmigo que podía pagar con mi ingreso de medio tiempo.

Pasé la primera noche sobre esa dura cama con una delgada manta, oyendo los sonidos de las sirenas de policía que eran el tema del drama criminal que no termina.  Sólo con mis pensamientos para hacerme compañía, me quedé dormida.

En la mañana me levanté para buscar trabajo, y conocí a una mujer Musulmana que tenía dos hijos pequeños.  Me preguntaba en frases cortas de un inglés entrecortado como utilizar la lavadora.  Yo nunca había visto su lavadora antes y no sabía como usarla.

Me sentí avergonzada y no pude mirarla a los ojos.  La mujer se sentía tan estresada y apesadumbrada, y yo no podía soportar haber sido tan inútil para ella.  Le dije lo primero que se me ocurrió y después me fui de prisa.

El primer día de buscar trabajo fue exitoso.

Encontré un anuncio en un periódico para un servicio de contestar teléfonos, y llamé al número.  Logré una entrevista y pude hablar con el dueño de la compañía.

No me atreví a decirle que estaba sin hogar.

Este hombre me dijo que estaría feliz de contratarme, pero que quería primero hablar con alguien que hubiese trabajado conmigo.  Le dije que podía hablar con mi actual jefe el siguiente día.

Recuerdo haber regresado al albergue y sentir que estaba regresando a la cárcel.

Yo se que no tienen nada en común, y que yo estaba viviendo gracias a la bondad de completos extraños.  Creo que era la falta de libertad de hacer lo que uno quiera en su propio espacio, lo que me daba esta sensación.

Recuerdo que fue mientras usaba la regadera común, cuando lo asimilé, completamente y con toda su fuerza.  Estaba usando una pastilla de jabón en una regadera que había sido usada por tantos otros cuando los pensamientos vinieron a mi mente.

En ese pequeño baño, mi mundo completamente se derrumbó.

Toda pretensión de una vida mejor se esfumó.  Esta era mi realidad ahora.  Era un número, una estadística, una limosnera con su mano extendida.  Eso era todo lo que yo era.  Sentí como mi vida anterior y mi autoestima se iban por el drenaje junto con el agua sucia.

Decir que lloré, es lo menos.

Mi alma se desgarró con una tristeza tan grande que creo que todo el edificio retumbó.  Estoy segura de que, si hubiese habido nubarrones de lluvia en el cielo, habrían callado por respeto.  Tenía la certeza de que una parte de mí había muerto.  Cerré la llave de agua.

Sólo tenía una pequeña toalla con la cual secarme y contener mi cabello mojado que me llegaba a media espalda. Cabello húmedo y frío.  Me fui a mi habitación que no tenía termostato individual para regular la temperatura.

El mes era Octubre, pero hacía tanto frío.

Y me hacía falta mi calor interno, ya que mi fuego se apagaba.
Después, decidí reunirme con otros habitantes de la comunidad en la sala.  Había dos mujeres que, después supe, estaban allí debido a violencia doméstica.  Mi caso no era ese, aunque sí tuve que escapar de mi matrimonio por otras razones.

La mujer más grande de las dos quizás estaba al final de sus treintas o principios de sus cuarentas, mientras la otra apenas empezaba sus veintes.  Yo tenía veinticinco.  La mujer mayor tenía un hijo de diez años, mientras que la joven tenía una hija de dos o tres años.

Yo no tenía.

Mientras la conversación proseguía entre ellas, cambiaron al tema de los hombres.  Las dos estaban de acuerdo en que podrían tener un hombre si quisieran, pero que eso no era lo que buscaban en ese momento.

Creo que era un mecanismo de defensa, y una forma de lidiar con su situación, ya que los residentes tenían prohibido por el albergue, tener novio o novia.

Yo había estado en contacto con mi distanciado esposo, pero no dije nada.

El niño de diez años me preguntó si tenía hijos, a lo que respondí que no. Él me dijo que eso era bueno porque las cosas serían más difíciles si los tuviera.

La mujer joven usaba una blusa sin mangas y podía ver los moretones desde sus muñecas hasta su cuello.

Los hematomas eran tan recientes que parecían de sólo hace unos momentos.  Claramente ella tenía una relación cercana con su pequeña, a la que cariñosamente llamaba “insectito”, y sólo podía imaginarme que esto le daba algo de confort.

Yo no les conté prácticamente nada de mi vida, ya que me sentía avergonzada.

Yo no había sido maltratada y tenía un auto.  Ni siquiera dependía de pizza fría para poder sobrevivir.  Aunque la comida era difícil de conseguir y yo cada vez me quedaba con menos dinero, pero aún así podía costearme dos comidas al día.

Cuando me levanté para ir al trabajo al día siguiente, me fui por la puerta trasera para fumarme un cigarrillo.  No tenía idea de que sonaría una alarma y todos en la casa y los cuidadores entrarían en pánico.

Cuando llegó la cuidadora, cuyos ojos estaban pesados por el sueño, le dije que yo había sido la que activó la alarma.  Ella digitó un código y cerró la puerta de nuevo.

Me salí tan rápido como pude para fumarme el cigarrillo en el auto.

Ese mismo día hice una llamada al hombre que me había entrevistado y le pregunté si quería hablar con mi jefe.  Lo hizo.  Mientras yo me sentaba ahí, mi jefe dio respuesta a algunas de sus preguntas, incluso a mayor detalle de lo que yo hubiera anticipado.  Cuando me pasó de nuevo el teléfono, él me dijo que estaba contratada.

Así de simple.

Yo no era Cristiana en ese tiempo, pero sólo podía decir. ¡Gracias a Dios!  Comenzaría a trabajar en dos días.  Entre los horarios de mi trabajo de medio tiempo, y mi nuevo trabajo de tiempo completo, trabajaría los siete días de la semana.  Sin una casa propia, pero no me importaba, ya que no había nada que hacer en el albergue durante el día.

Cuando regresé al albergue después de mi trabajo, conversé con algunos.  Les mencioné que había encontrado trabajo y sus ojos se iluminaron.

Querían saber sobre este trabajo y si podían trabajar ahí también.
Estaba como a veinte millas de ahí, y sin un auto, sus esperanzas eran vanas.  Les dije dónde quedaba el trabajo, pero no parecían entender que necesitaban un medio de transportación.  El call center funcionaba 24 horas al día, los 7 días de la semana y simplemente no me era posible llevarlas a ellas ahí, ni podía ofrecérselos.

Pero nunca me lo pidieron.La discusión derivó en otro prospecto de trabajo en el mismo pueblo, pero de nuevo, la falta de un vehículo nunca salió al tema. Tenía miedo de mencionarlo pues no sabía si de verdad no lo estaban considerando o si sólo estaban soñando en voz alta.

Se me hizo un nudo en la garganta de sólo pensar en ello.

Recuerdo que varios directores del albergue se enteraron de que había conseguido empleo y una de ellas remarcó que eso es lo que debe hacerse. Parecía como si implicara que la mayoría de las residentes fueran perezosas o sin iniciativa para mejorar su propia situación.

Yo no dije nada, pero no sentía que fuera justo comparar nuestras situaciones y juzgar a otras mujeres.

Sin tener auto y sin cuidado infantil, las oportunidades para ellas son inexistentes.

Empecé a trabajar un jueves para la nueva compañía y estaba muy estresada. Esto no era un picnic, y cualquier error de mi parte podía resultar en terribles consecuencias.

Para poder cambiar mi situación, esto tenía que ser un éxito.
El primer día, afortunadamente, fue de entrenamiento.  Me dieron una camiseta de uniforme, la cual usé con mucho cuidado con otra camiseta de bajo para que no tuviera que lavarla tan seguido.
Nunca desempaqué mi maleta y la llevaba a todas partes en la cajuela de mi auto.  La ropa era transportada dentro y fuera del albergue conforme la fuera necesitando.

Aún puedo recordar las miradas de aquellos afuera del albergue cuando yo salía vestida con mi buena ropa.  Se sentaban en los pórticos de sus viejas casas victorianas, sin siquiera disimular la mirada fija en mí. Tenía que mirar hacia otro lado y encargarme de mis asuntos, pero siempre alerta en caso de que alguien de esos rumbos quisiera hacer algo repentino.  Afortunadamente nunca pasó.

Las otras chicas en mi nuevo trabajo decidieron que no serían mis amigas.  Este era un ambiente en el que todos teníamos que trabajar juntos y cuando la nueva chica tenía una pregunta, lo hacía en voz alta.  En muchas ocasiones hice esto y recibí respuestas sarcásticas que me hacían enrojecer y desear poder esconderme.

Recuerdo que me sentí tan pequeña, cuando una de ellas decidió hacerme conversación.  Me preguntó cosas de manera condescendiente antes de hacer la pregunta del millón de dólares.
‘Dónde vives?’

‘En un albergue para indigentes’
‘Actualmente?’

‘Sí.  Actualmente’.

‘Es en serio?’, su tono se comenzó a llenar de vergüenza y remordimiento.

‘Sí’.

La habitación se quedó en silencio.


La chica dijo que ella estaba estudiando para ser trabajadora social para ayudar a las personas vulnerables, pero no tenía idea de que yo no tenía hogar. Bueno, estoy sin hogar.  Así que…

Trató de continuar la conversación.  Yo sabía que quería enmendarse por sus errores pasados, y yo se lo permití.  Las otras también se tornaron a mí.  Mi experiencia a partir de ese día fue buena como resultado.No más tonos sarcásticos o condescendientes.

Unos días después tuve contacto con mi esposo y hablamos.  Decidimos reconciliarnos.  Él nunca supo de mi situación en el albergue, porque nunca se lo dije.

Cuando se enteró estaba aterrado.

Hablé con el administrador sobre irme del refugio, e inventé algo sobre mudarme con mi hermana porque no creo que hubiese sido bien visto decir que me había reconciliado con mi esposo.

Nuestra casa se había vendido, y ahora teníamos el dinero de la venta, así que nos mudamos a una residencia temporal.  Nos volvimos a casar, y empezamos a buscar una nueva casa. Mientras nos adecuábamos a nuestro estilo de vida suburbano de nuevo, las cosas seguían tensas, y así continuaron hasta que yo me convertí en Cristiana años después.  Fue entonces cuando Jesús transformó nuestro matrimonio de manera radical.

Nuestro segundo matrimonio fue hace once años.

Hoy tenemos un ministerio musical exitoso y nuestra música suena al aire. Somos un grupo de Gospel y participamos en diversas iglesias, asilos y grupos de jóvenes.  El año pasado nació mi primer hija, Ruby Alice Joy.

Todo esto por gracias de Jesús
Para cerrar, yo les diría esto:  Sean amables con la gente sin hogar.  Pónganse en sus zapatos.  Muchos no tienen parientes o amigos y muchos sufren de enfermedad mental.  Muchos van por ahí, sintiéndose marcados por la sociedad como indignos y no merecedores de atención.
Todos tienen necesidades.

A muchos les hace falta el cuidado básico y sólo cuentan con la amabilidad de los extraños.  También son susceptibles de abuso.  Muchas mujeres sin hogar han sido abusadas y tienen hijos con ellas.  Muchas no tienen un medio de subsistencia, y en muchos casos, debido a gente que no cumplió con su responsabilidad de cuidarlas.

Los hijos sufren también, tirados como basura que nadie quiere. 

Las implicaciones sociales no se pierden en estos jóvenes. 

Todos parecen esperar algo, como en una clínica en la que el doctor está ocupado y no hay nada que hacer más que esperar mirando al reloj.

Su vida se vuelve una institución estéril en la que nadie quiere entrar.  Y así, nada se mueve, y siguen esperando en silencio, como si sus vidas estuvieran permanentemente en llamada en espera.

Una sonrisa, o un pedazo de pan, siempre tendrán su recompensa.  Jesús les dijo a sus seguidores que se les conocería por su amor al prójimo.

También dice en Mateo 25: 34-40


“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” 

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